Publicado en Tribuna Feminista el 7/12/2021:
Los permisos por maternidad han formado parte de la agenda en la lucha feminista desde que las mujeres empezaron a tener trabajo remunerado, con el objetivo de impedir que el mercado de trabajo las penalizara al ser madres, dado que el mercado laboral está hecho a medida de los hombres que, evidentemente, no pueden quedar embarazados.
Hasta 1989, en España, los permisos por maternidad eran de 40 días. Con la aprobación de la Ley 3/1989, se ampliaron a 16 semanas. Desde entonces, no se ha vuelto a hacer ninguna mejora al respecto en nuestro país, a pesar de estar por debajo de la media de la OCDE, que son 18 semanas. En España, además, las excedencias por cuidado de hijos no están pagadas, como en otros países europeos.
Teniendo en cuenta que el permiso maternal ha permanecido inalterable durante 30 años, y que otros países europeos superan a España en medidas de conciliación (en Finlandia, disponen de 26 semanas remuneradas y en Noruega de 46 semanas por el 100% o 56 semanas por el 80%), llaman la atención las mejoras continuadas significativas de los permisos por paternidad en nuestro país. Siendo la última mejora de hace tan solo un año, en la que se amplió a 12 semanas, ahora, con fecha 1 de enero de 2021, los hombres van a poder disfrutar del mismo permiso de paternidad que las mujeres.
Pero ¿son las consecuencias físicas y psicológicas iguales para la madre que para el padre? ¿Se están teniendo en cuenta las diferencias biológicas entre sexos?
Si bien es cierto que el instinto maternal no existe, siendo la maternidad un proceso fisiológico o, incluso, un deseo provocado por la propia educación, lo que sí es cierto es que el embarazo, una vez se produce, causa una suerte de cambios físicos y psicológicos radicales en la mujer, que le va a afectar a todas las facetas de su vida, y que se van a mantener (o incrementar) durante la lactancia y el puerperio. No en vano, el cuerpo y la mente han de adaptarse a la colonización por parte de un nuevo ser durante 9 meses, a los que se añadirán 6 más de lactancia materna (si la hubiera, cosa altamente recomendada por la Organización Mundial de la Salud), más una serie de meses de recuperación, física y psicológica. En total, se puede decir, que el cuerpo de la mujer, y por tanto, su psique, podrían tardar, desde el momento de la concepción hasta alcanzar el estado previo, unos 2 años de su vida, de los cuales 1 año será posterior al embarazo.
Cuando la mujer da a luz, el decaimiento físico y psicológico producidos por el cambio hormonal, la baja tensión, las posibles cicatrices de la episotomía o la cesárea, los desgarros, las hemorroides, el estreñimiento, la falta de sueño, la subida de la leche, la barriga tras el parto… todo tardará en volver a su aspecto anterior al embarazo.
Eso, sin contar con la opresión vital, resultado de las jerarquías sexuales, producto de la hegemonía cultural. Es de sobra conocido (y provocado) el sentimiento de culpabilidad de todas las madres, que esperan, además encajar con una imagen preconcebida y determinada por un modelo prácticamente inalcanzable de entrega, con la promesa de felicidad y éxtasis (que no siempre se cumplen), donde las propias necesidades siempre están relegadas. Como resultado, lo normal es sentirse irritable, cansada, deprimida o ansiosa, tener poco apetito, llorar sin motivo, o tener dificultad para concentrarse. En estas condiciones, las mujeres deben seguir funcionando como si nada hubiera cambiado, como si hubieran ido a la compra y se hubieran traído un bebé del supermercado.
Por otro lado, ¿Cuáles son las consecuencias físicas y emocionales para el padre? Físicas ninguna, desde luego y las emocionales dependerán del tipo de padre que sea. Si tiene conciencia feminista sentirá una mayor responsabilidad e implicación, cosa por supuesto compartida con la madre. Pero si no la tiene, su vida puede continuar como siempre, sin mayores consecuencias. De hecho, la falta de conciencia feminista en los varones es valorada socialmente de manera muy positiva, puesto que demuestra mayor entrega al trabajo remunerado, única fuente de reconocimiento social. En este contexto, el hecho de equiparar las bajas de maternidad y paternidad solo servirán para que, en la mayoría de los casos, el hombre siga disfrutando de un ocio que jamás le fue vedado, a costa del trabajo de las mujeres de su alrededor.
Para muestra un ejemplo de 2018: https://www.lavozdegalicia.es/noticia/pontevedra/marin/2018/09/05/mellizas-llevaron-papa-podio/0003_201809P5C8993.htm donde, lejos de estigmatizar tal comportamiento, por engaño a la Seguridad Social y al conjunto de contribuyentes (por no mencionar el fiasco a su propia prole), resulta que se le alaba por su éxito a la hora de promover un crowdfunding para su proyecto personal, en un tiempo en que debía de estar cuidando a sus mellizas. El patriarcado siempre tan fraternal consigo mismo. Esto es lo que ocurre cuando las medidas no van acompañadas de un cambio cultural profundo, sino que se reducen a meros parches.
La misma PPiiNA (https://igualeseintransferibles.org/), asociación creada en 2005 por más de 150 organizaciones y personas con el objetivo de conseguir permisos de maternidad y paternidad iguales, intransferibles y pagados al 100% para cualquier persona progenitora, denuncia que la equiparación, tal y como está hecha, contiene "trampas" que podrían desincentivar la corresponsabilidad en el cuidado de los hijos. Éstas consisten en que tan solo existe obligatoriedad por parte de los padres de tomarse las 6 primeras semanas a partir del nacimiento, de forma simultánea con la madre y el resto se puede tomar a tiempo parcial hasta completar el resto de las 10 semanas que quedan. Así, de nuevo, los hombres siguen siendo considerados “ayudantes” en los cuidados y más disponibles para las empresas que las mujeres.
Por otro lado, imaginando (con mucho esfuerzo) que la mayoría de padres tuvieran una conciencia igualitaria y de verdad desearan entregarse fervientemente al cuidado de sus criaturas, teniendo en cuenta las diferentes consecuencias físicas y psicológicas para la madre y para el padre ¿es de verdad justo que ambos permisos se equiparen? ¿No se estarán colocando, de nuevo, los deseos de los varones por encima de las necesidades de las mujeres? ¿Y las criaturas, estarán igualmente cuidadas, visto el interés por parte de muchos padres a hacerlo? ¿Lo harán más y mejor solo por ampliar el permiso o lo aprovecharán para seguir sacando sus proyectos personales y laborales adelante mientras la carga de trabajo sigue recayendo sobre la madre, que todavía no se ha terminado de recuperar?
El enfoque de la lucha es, por tanto, erróneo: si las medidas se reducen a parches, sin haber un cambio cultural y social drástico por medio, donde el cuidado esté en el centro y tenga un reconocimiento social de facto, con corresponsabilidad real, y si no se tienen en cuenta las necesidades reales de las mujeres y los niños, se está abandonando de nuevo a ambos a su suerte en un mundo hostil. Como mujer, adaptarse a una nueva realidad mientras se sigue intentando encajar en un sistema que nunca estuvo hecho para incluirla es un reto casi imposible de alcanzar, prácticamente un castigo por su voluntad de formar parte de la sociedad hecha para el varón, sin serlo.
El falso enfrentamiento creado entre las promotoras y detractoras de la lactancia materna es una de las consecuencias de este abandono, como si el hecho de elegir entre una u otra fuera a hacer temblar las estructuras patriarcales. Lo cierto es que no hay opción, especialmente para las más vulnerables, a una lactancia materna de calidad, sin perder la independencia económica. A pesar de ser altamente recomendada por la Organización Mundial de la Salud hasta los 6 meses, la mayoría de las mujeres españolas no se lo pueden permitir con los permisos actuales de maternidad. La leche de fórmula es vista como una herramienta de liberación, sin conciencia crítica de cómo afecta a la salud del bebé, ni a la relación vital de los primeros meses con la madre. Mientras tanto, las multinacionales que la venden se frotan las manos, sacando provecho de ello, al crearse necesidades y negocio sin necesidad de tocar la estructura que sustenta las desigualdades. Además, se debilita a las mujeres, al enfrentarlas entre sí, como si realmente tuvieran elección.
Mientras tanto, como es lógico, los nacimientos en España siguen cayendo. En 2020 nacieron 369.302 niños, un 6,1% menos que en 2019 (23.879 nacimientos menos), según los datos provisionales del 'Movimiento Natural de la Población' publicado por el Instituto Nacional de Estadística (INE). Las mujeres no somos tontas.
Autora: Silvia Isidro
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